Lo que es cierto es que todo el mundo deberíamos tener un gran amor. Ese gran amor de nuestras vidas, alguien que al verlo nos palpite fuerte el corazón hasta oírlo dentro de nuestras cabezas.
Una persona que nos ofrezca un amor irrealizable, alguien inalcanzable que nos traiga a la mente la sensación de estar vivos, la necesidad de ponernos guapos, de mejorar, un aliciente a sonreír aunque nos quemen las entrañas al verlo tan lejos.
Alguien que sea capaz de evitar mirarlo, tocarlo... que nos haga valorar la palabra esperanza.
Un ser, humano o divino, que nos permita refugiarnos en un recuerdo, en una imagen, en una oportunidad y que nos permita decir "ahí ame", "estuve vivo", " ahí apreté los dientes". Una sombra pasada o futura que nos demuestre que aun nos amamos a nosotros mismos.